martes, 23 de octubre de 2012

EL TORO DE VALFERMOSO: La bestia que burló a las fieras


El joven toro pacía tranquilamente en la dehesa, cuando el tropel de los centauros le alertó. Siempre que aparecían la manada se sobresaltaba pues sabían que con ellos siempre aparecía el infortunio. Como todos hacían, el corpulento astado trató de escabullirse entre las jaras, pero era demasiado grande para que el sotobosque le ocultara, así que buscó la umbría pensando que su cárdeno pelaje podría confundirlos, y se quedó quieto... Vano intento.
Durante un tiempo sólo escuchaba su hosco resoplido y en rápida cadencia, los latidos de su enorme corazón; esas figuras provocaban en él, en toda la manada, una sensación de peligro realmente poderosa y aquello le enfurecía. No entendía por qué no podía vivir tranquilamente buscando su sitio entre los suyos; disputando a otros toros por las hembras, pastando...
No entendía a esos seres que tan pronto les daban alimento y agua cuando escaseaban, como les marcaban a fuego o les pinchaban.. Por alguna razón, aún sabiéndose fuerte, temía sus argucias.
De pronto, un golpe en el anca despertó el genio ancestral de su especie y se revolvió iracundo. Con un gran bramido y escarbando se preparó a cargar contra lo que fuese que le atacara; pero no tenía ganas de pelear, así que simplemente amenazó, dió media vuelta y corrió intentando sortear a sus acosadores.
No había recorrido mucho trecho cuando olfateó a un grupo de congéneres y creyó que en su compañía estaría a salvo, por lo que decidió mezclarse con ellos. Estos enormes bóvidos eran viejos y tranquilos; parecían cómodos con esos enormes trozos de metal que colgaban de sus cuellos emitiendo extraños sonidos cuando se movían. A ellos no parecía inquietarles la presencia de los humanos, así que se relajó y confiando en ellos acompasó su ritmo al parsimonioso paseo de los ancianos. Ni siquiera se dio cuenta cuando fue reducido en el estrecho cajón que habría de llevarle al destino que habían preparado para él.
En Valfermoso, los hombres esperaban ansiosos la llegada de las reses para celebrar el día del Pilar. Una tradición ancestral proveniente de las viejas artes de la caza en la que se probaba el valor y la destreza de los cazadores y que ahora sólo tiene como función el divertimento.
En ese día de la fiesta de otoño la gente se encaramaba a los adarves de la plaza o se protegía tras los barrotes que la convierten en un recinto cerrado, para ver las peripecias de los osados frente a los enormes toros que gusta ver en la villa “revolá”; todos dispuestos a maravillarse, como todos los años, con la impresionante planta de los astados y la fiereza de su brava casta.
Pero el toro, todavía recuperándose del shock producido por las horas de viaje encerrado en el estrecho cajón, escuchaba el griterío tras la puerta del chiquero y no le gustaba. El instinto le decía que algo malo estaba pasando...
Sin proponerselo comenzó a pensar en la vida de la que había sido privado. La dehesa y sus amplios horizontes, sus parientes, su pequeño territorio y su honor, defendido a cornadas de otros toros. Aquélla vaca cariblanca de estilizado porte y muy mal genio...
Ahora sólo una idea corría por su mente : Había que salir de allí si quería seguir vivo. Pero no encontraba la salida y la ira se iba acumulando mientras veía a los humanos asomarse desde las baranda... Unos extraños ruidos precedieron brevemente a la apertura de la puerta. El toro miraba atónito el haz de luz que ahora se veía, cuando poco antes sólo había paredes. Una voz y varios golpes desde el brillo reclamaron su atención provenientes de una figura que hacía aspavientos. Era el que había decidido fuese quien recibiera su ira acumulada, así que resopló e inició la embestida con los ojos cerrados.
Un enorme griterío y la decepción por no dar con quien provocaba tras la puerta le hicieron abrir los ojos, viendo entonces algo que le resultaba familiar: Esa plaza llena de gritones bípedos era como el pequeño tentadero de la ganadería en el que, siendo aún un becerrillo de incipientes pitones, sintió su primera humillación de manos de los hombres, con la idea de averiguar su bravura – él jamás lo sabrá, pero si había llegado hasta ahí es por ella-
Un par de mozos reclamaban su atención desde los extremos de un capote, y otros, más valientes, pisaban con insolencia a apenas un par de metros de su hocico incitándole a arrancarse, cosa que hizo antes de comenzar a barrer todo el perímetro del coso y repartir derrotes en la maderada, hasta que en uno de ellos cedieron los anclajes y se rompió el cerco. Ahora podía huir.
No era lo más elegante que había hecho, pero se trataba de subsistir, así que emprendió una loca carrera por los estrechos desfiladeros construidos por los hombres hasta que por fin halló el campo abierto. De nuevo los centauros siguieron su rastro acompañados de esos ruidosos objetos llenos de humanos que se movían de forma endiablada por la alta llanura alcarreña. Aunque esta vez era él quien tenía ventaja.
Los hombres, ante el peligro que suponía la brava res campando a sus anchas, se organizaron en gran número para localizarla. Los revolaos – que así suelen llamar a los propios de Valfermoso de Tajuña- ayudados por gentes de los pueblos vecinos y las fuerzas del orden, batieron los altos y la vega pero nadie dio con el astuto cornupeta; ni siquiera un helicóptero que oteó desde los cielos durante horas pudo dar señas de él.
Esta vez, los burlados fueron ellos.
Pasaron muchos días sin tener noticias del toro, y a medida que estos se sucedían crecía el misterio del hábil astado cárdeno. Las teorías sobre su ubicación se multiplicaron, unas probables, otras absurdas. Se creyó al animal ahogado en aguas del Tajuña, pero su voluminosos restos no se encontraban, y algunos optaron por mirar al cielo y fiarse de los eficientes ojos de los buitres para detectar los restos. Otros vieron en las huellas de algún jabalí su rastro... Pero nada era válido para dar con él.
Mientras, el toro deambulaba discreto por las tierras del país de la miel, feliz en su vida regalada, liberada de un destino dictado por quienes se creen dueños de las vidas; quizás más libre aún sabiéndose burlador de sus verdugos... Aunque algún día una silenciosa asesina de metal atraviese su testud, dirigida desde prudente y cobarde distancia.
Y yo, que pude haber sido cualquiera de aquéllos que atestaban el adarve de la plaza de Valfermoso, sentí un profundo respeto por las ansias de libertad del heroíco sucesor del mítico Uro hispano. Y sentí vergüenza de mi mismo por no liarme a topetazos contra las talanqueras que me encierran, puestas por aquéllos que deciden por mí en mi propia vida, aunque no quiera.
Pero como en esta leyenda soy quién decido, es mi parecer que el toro cárdeno termine con sus días arropado por su amada, aquélla becerrilla cariblanca de estilizado porte y muy mal genio y por su prolija estirpe de toros bravos cárdenos y cariblancos, libres, enseñados a ser desconfiados de quienes pudiendo dar libertad ponen grilletes.

Mi máximo respeto para la fiesta taurina, que no siendo aficionado – que no anti taurino- , entiendo como parte esencial en la cultura de los pueblos de España desde la prehistoria. La fuga del toro de Valfermoso, me ha parecido una excelente base para reflexionar en forma de metáfora sobre nosotros mismos.

3 comentarios:

  1. Me quedo pasmado de lo bien que escribes, pero expecialmente de tu imaginación. Enhorabuena. Pasé por aquí desde Facebook y me ha encantado tu historia.

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  2. El toro ha muerto. Como predije, una bala ha acabado con la libertad y la vida del heróico bovino. Otra vez la injusticia se acomoda en el triunfo. ¡ Qué lo sepan rebeldes y justos!. Este es su destino en la sociedad que padecemos.
    JRV

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  3. Por comentarios recibidos, quizás alguien de Valfermoso de Tajuña o algún aficionado a los toros, pueda sentirse molesto por aprovechar la huída de la res en su feria chica para escribir esta reflexión, por lo que he de aclarar un par de puntos:
    Sé perfectamente que no se celebra el día del Pilar sino San Fulcito, también que es vuestra feria chica y que se hace coincidir para aprovechar el festivo extra de la fiesta nacional para que acuda más gente. También sé que se trata de reses por el campo y no en la plaza. Lo que cuento es una distorsión voluntaria de la realidad, de la que he aprovechado algunos datos con el fin de darle continuidad al relato.
    Este ejercicio literario no es una información, sino una reflexión sobre los individuos y la libertad, una metáfora por tanto, y nunca se me ha pasado por la cabeza ofender ni enjuiciar la fiesta ni a los valfermoseños por los que siento gran respeto y afecto; tampoco hago crítica alguna del suceso ni busco responsabilidades. Sòlo he querido ver de forma imaginaria los pensamientos del toro, si éste tuviera capacidad de discernimiento. Tampoco he hecho burla alguna de nadie, porque entiendo a la perfección la gravedad del hecho y la preocupación que ha provocado en la villa y su entorno. En cualquier caso, si alguien ha creído que esta era mi intención, ruego disculpe el malentendido y mi incapacidad para hacer comprender que no hablo de un hecho real. Pero si acaso sigue alguien ofendido le propongo que en lugar de un toro, ponga el nombre de una persona; quizás así pueda quedar más claro.
    JRV

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