El joven toro pacía tranquilamente en la dehesa, cuando el tropel de los centauros le alertó. Siempre que aparecían la manada se sobresaltaba pues sabían que con ellos siempre aparecía el infortunio. Como todos hacían, el corpulento astado trató de escabullirse entre las jaras, pero era demasiado grande para que el sotobosque le ocultara, así que buscó la umbría pensando que su cárdeno pelaje podría confundirlos, y se quedó quieto... Vano intento.
Durante
un tiempo sólo escuchaba su hosco resoplido y en rápida cadencia,
los latidos de su enorme corazón; esas figuras provocaban en él, en
toda la manada, una sensación de peligro realmente poderosa y
aquello le enfurecía. No entendía por qué no podía vivir
tranquilamente buscando su sitio entre los suyos; disputando a otros
toros por las hembras, pastando...
No
entendía a esos seres que tan pronto les daban alimento y agua
cuando escaseaban, como les marcaban a fuego o les pinchaban.. Por
alguna razón, aún sabiéndose fuerte, temía sus argucias.
De
pronto, un golpe en el anca despertó el genio ancestral de su
especie y se revolvió iracundo. Con un gran bramido y escarbando
se preparó a cargar contra lo que fuese que le atacara; pero no
tenía ganas de pelear, así que simplemente amenazó, dió media
vuelta y corrió intentando sortear a sus acosadores.
No
había recorrido mucho trecho cuando olfateó a un grupo de
congéneres y creyó que en su compañía estaría a salvo, por lo
que decidió mezclarse con ellos. Estos enormes bóvidos eran
viejos y tranquilos; parecían cómodos con esos enormes trozos de
metal que colgaban de sus cuellos emitiendo extraños sonidos cuando
se movían. A ellos no parecía inquietarles
la presencia de los humanos, así que se relajó y confiando en ellos
acompasó su ritmo al parsimonioso paseo de los ancianos. Ni siquiera
se dio cuenta cuando fue reducido en el estrecho cajón que habría
de llevarle al destino que habían preparado para él.
En
Valfermoso, los hombres esperaban ansiosos la llegada de las reses
para celebrar el día del Pilar. Una tradición ancestral proveniente
de las viejas artes de la caza en la que se probaba el valor y la
destreza de los cazadores y que ahora sólo tiene como función el
divertimento.
En ese día de la fiesta de otoño la gente se encaramaba a los
adarves de la plaza o se protegía tras los barrotes que la
convierten en un recinto cerrado, para ver las peripecias de los
osados frente a los enormes toros que gusta ver en la villa
“revolá”; todos dispuestos a maravillarse, como todos los años,
con la impresionante planta de los astados y la fiereza de su brava
casta.
Pero el toro, todavía recuperándose del shock producido por las horas
de viaje encerrado en el estrecho cajón, escuchaba el griterío tras
la puerta del chiquero y no le gustaba. El instinto le decía que
algo malo estaba pasando...
Sin
proponerselo comenzó a pensar en la vida de la que había sido
privado. La dehesa y sus amplios horizontes, sus parientes, su
pequeño territorio y su honor, defendido a cornadas de otros toros.
Aquélla vaca cariblanca de estilizado porte y muy mal genio...
Ahora
sólo una idea corría por su mente : Había que salir de allí si
quería seguir vivo. Pero no encontraba la salida y la ira se iba
acumulando mientras veía a los humanos asomarse desde las
baranda... Unos extraños ruidos precedieron brevemente a la apertura
de la puerta. El toro miraba atónito el haz de luz que ahora se
veía, cuando poco antes sólo había paredes. Una voz y varios golpes
desde el brillo reclamaron su atención provenientes de una figura que hacía
aspavientos. Era el que había decidido fuese quien recibiera su ira
acumulada, así que resopló e inició la embestida con los ojos
cerrados.
Un
enorme griterío y la decepción por no dar con quien
provocaba tras la puerta le hicieron abrir los ojos, viendo entonces
algo que le resultaba familiar: Esa plaza llena de gritones bípedos
era como el pequeño tentadero de la ganadería en el que, siendo aún
un becerrillo de incipientes pitones, sintió su primera humillación
de manos de los hombres, con la idea de averiguar su bravura – él
jamás lo sabrá, pero si había llegado hasta ahí es por ella-
Un
par de mozos reclamaban su atención desde los extremos de un capote,
y otros, más valientes, pisaban con insolencia a apenas un par de
metros de su hocico incitándole a arrancarse, cosa que hizo antes de
comenzar a barrer todo el perímetro del coso y repartir derrotes en la maderada, hasta que en uno de ellos cedieron los
anclajes y se rompió el cerco. Ahora podía huir.
No
era lo más elegante que había hecho, pero se trataba de subsistir,
así que emprendió una loca carrera por los estrechos desfiladeros
construidos por los hombres hasta que por fin halló el campo
abierto. De nuevo los centauros siguieron su rastro acompañados de
esos ruidosos objetos llenos de humanos que se movían de forma
endiablada por la alta llanura alcarreña. Aunque esta vez era él
quien tenía ventaja.
Los
hombres, ante el peligro que suponía la brava res campando a sus
anchas, se organizaron en gran número para localizarla. Los
revolaos – que así suelen llamar a los propios de Valfermoso de
Tajuña- ayudados por gentes de los pueblos vecinos y las fuerzas
del orden, batieron los altos y la vega pero nadie dio con el astuto
cornupeta; ni siquiera un helicóptero que oteó desde los cielos
durante horas pudo dar señas de él.
Esta
vez, los burlados fueron ellos.
Pasaron
muchos días sin tener noticias del toro, y a medida que estos se
sucedían crecía el misterio del hábil astado cárdeno. Las teorías
sobre su ubicación se multiplicaron, unas probables, otras absurdas.
Se creyó al animal ahogado en aguas del Tajuña, pero su voluminosos
restos no se encontraban, y algunos optaron por mirar al cielo y
fiarse de los eficientes ojos de los buitres para detectar los
restos. Otros vieron en las huellas de algún jabalí su rastro...
Pero nada era válido para dar con él.
Mientras,
el toro deambulaba discreto por las tierras del país de la miel,
feliz en su vida regalada, liberada de un destino dictado por
quienes se creen dueños de las vidas; quizás más libre aún
sabiéndose burlador de sus verdugos... Aunque algún día una
silenciosa asesina de metal atraviese su testud, dirigida desde
prudente y cobarde distancia.
Y
yo, que pude haber sido cualquiera de aquéllos que atestaban el
adarve de la plaza de Valfermoso, sentí un profundo respeto por las
ansias de libertad del heroíco sucesor del mítico Uro hispano. Y
sentí vergüenza de mi mismo por no liarme a topetazos contra las
talanqueras que me encierran, puestas por aquéllos que deciden por
mí en mi propia vida, aunque no quiera.
Pero
como en esta leyenda soy quién decido, es mi parecer que el toro
cárdeno termine con sus días arropado por su amada, aquélla
becerrilla cariblanca de estilizado porte y muy mal genio y por su
prolija estirpe de toros bravos cárdenos y cariblancos, libres,
enseñados a ser desconfiados de quienes pudiendo dar libertad ponen
grilletes.
Mi
máximo respeto para la fiesta taurina, que no siendo aficionado –
que no anti taurino- , entiendo como parte esencial en la cultura de
los pueblos de España desde la prehistoria. La fuga del toro de
Valfermoso, me ha parecido una excelente base para reflexionar en
forma de metáfora sobre nosotros mismos.
Me quedo pasmado de lo bien que escribes, pero expecialmente de tu imaginación. Enhorabuena. Pasé por aquí desde Facebook y me ha encantado tu historia.
ResponderEliminarEl toro ha muerto. Como predije, una bala ha acabado con la libertad y la vida del heróico bovino. Otra vez la injusticia se acomoda en el triunfo. ¡ Qué lo sepan rebeldes y justos!. Este es su destino en la sociedad que padecemos.
ResponderEliminarJRV
Por comentarios recibidos, quizás alguien de Valfermoso de Tajuña o algún aficionado a los toros, pueda sentirse molesto por aprovechar la huída de la res en su feria chica para escribir esta reflexión, por lo que he de aclarar un par de puntos:
ResponderEliminarSé perfectamente que no se celebra el día del Pilar sino San Fulcito, también que es vuestra feria chica y que se hace coincidir para aprovechar el festivo extra de la fiesta nacional para que acuda más gente. También sé que se trata de reses por el campo y no en la plaza. Lo que cuento es una distorsión voluntaria de la realidad, de la que he aprovechado algunos datos con el fin de darle continuidad al relato.
Este ejercicio literario no es una información, sino una reflexión sobre los individuos y la libertad, una metáfora por tanto, y nunca se me ha pasado por la cabeza ofender ni enjuiciar la fiesta ni a los valfermoseños por los que siento gran respeto y afecto; tampoco hago crítica alguna del suceso ni busco responsabilidades. Sòlo he querido ver de forma imaginaria los pensamientos del toro, si éste tuviera capacidad de discernimiento. Tampoco he hecho burla alguna de nadie, porque entiendo a la perfección la gravedad del hecho y la preocupación que ha provocado en la villa y su entorno. En cualquier caso, si alguien ha creído que esta era mi intención, ruego disculpe el malentendido y mi incapacidad para hacer comprender que no hablo de un hecho real. Pero si acaso sigue alguien ofendido le propongo que en lugar de un toro, ponga el nombre de una persona; quizás así pueda quedar más claro.
JRV